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Real, Ilustre y Fervorosa Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestra Señora del Santo Rosario, Nuestro Padre Jesús de la Sentencia y María Santísima de la Esperanza Macarena |
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¡Dios de Abraham! ¿Cuantos siglos hace que el amanecer del viernes es sagrado en las huertas de la Macarena? Hace mil años estuvieron allí los árabes, cuyo color es el verde, cuyo día santo es el viernes, cuyo momento sagrado es el amanecer, porque en él renueva Dios la creación del mundo. Manifestarse de lo sagrado en lenguas, costumbres y creencias diversas, pero siempre en el mismo lugar, adorando al mismo, único Dios, de quien el almuédano, el las mezquitas que hoy se llaman San Gil, San Marcos, Santa Marina, Santa Catalina, Salvador, o desde la suprema Giralda, decía tres veces al día, para que nadie lo olvidara: "¡No hay más Dios, que Dios!"; al mismo, único Dios, a quien en las sinagogas que hoy se llaman Santa Cruz, Santa María la Blanca, San Bartolomé, los rabinos repetían las palabras que oyó Moisés hace más de tres mil años: "Yo soy el Señor tu Dios". Y es en esa tierra clara, en las huertas de la Macarena, donde se fundo la Semana Santa. |
¿De
donde sino de allí podía venirnos nuestra Esperanza? ¿Y en que
momento sino en este de las primeras horas de la mañana del Viernes
Santo se nos podía manifestar tan plenamente, más hermosa por más
humana, y más humana por más cansada. |
Esperanza Nuestra |
En una foto se me ve en los brazos de mi madre, abajo el palio espléndido, parado entre una multitud que se aprieta hasta los muros del mercado. Vemos hoy esa fotografía, tanto tiempo después, con esa indefinida angustia que da el saber que tantos de quienes allí aparecen están muertos. "Hay en ello una tristeza penetrante, intolerable" que solo puede borrar Aquella que no consiente sombra de muerte a su lado, porque ante sus ojos todos están vivos. Nosotros sabemos -y querríamos decírselo a ellos, pero ya no hay tiempo, sólo lo hay para que nosotros nos abramos a esa luz- que cuando pasara la Virgen, y se disgregaran por los callejones de Regina, por Laraña, por la estrechez de la antigua calle Imagen, cada cual de vuelta a sus fatigas, que sus trabajos, sus penas, sus amores, no se han perdido en la nada por obra de la muerte; que han sido salvados para siempre por la Esperanza que vieron pasar aquella mañana ya lejana de Viernes Santo; que lo que ha vivido vive ya para siempre porque así lo dice la fe, lo señala el amor, y lo promete -por el Gran Poder de su Hijo- nuestra Esperanza. Es
pleno día y la Macarena ya gira a Feria paran darse a los más suyos. A
veces se produce un instante de silencio absoluto. El palio parado, la
candelería fría, la banda descansando, todos los ojos convergentes en
la Esperanza, una lágrima que se quita con un gesto rápido y pudoroso,
oraciones susurradas, deseos y recuerdos que se lanzan como flores. Ese
silencio que no es de recogimiento, ni de temor sagrado, sino de la
emoción pura y el arrobo que impone la Macarena, es el silencio más
impresionante de Sevilla. Lo quiebra el llamador, hay como un suspiro
profundo de aliento largo tiempo contenido, y la misma emoción explota,
de otra forma, cuando es asunta la Macarena, suena la banda y anda el
palio perfecto. Si creíamos perdido el sentido popular de la Semana
Santa, si en ocasiones hemos visto como todo se desbordaba y sólo -y no
siempre- las fronteras de ruán negro de las más severas hermandades
eran capaces de recordarle a Sevilla quién era, ahora todo vuelve a su
centro, y la Sevilla ancha y popular resucita, intacta, entre corazas,
plumas blancas, terciopelos morados y verdes, medias rosas, ropas de
estreno, familias enteras y antiguos vecinos que se reencuentran. Que
alegría volver a ver, cada año, lo que creíamos perdido. Que alegría
volver a ver este andar exacto que casi no deja asomar las bambalinas,
el perfil de esta corona rematando el manto, estas músicas alegres y
hermosas, tanto pueblo bajo tan lujosas túnicas, celebrándose a si
mismo y a su Esperanza, tanta emoción en los ojos, tantos bisbiseos en
los labios, tanta emoción antigua que resucita cuando pasa la Macarena. Estas
son la Semana Santa y la ciudad que nos han contado, que muchos hemos
vivido y que vamos a vivir dentro de una semana. Las que dejamos en las
manos de nuestros hijos como la más importante herencia. La que yo
ahora les doy a los míos, a los nuestros, con el pueblo de Sevilla como
testigo, en este testamento sevillano. Fragmento del Pregón de la Semana Santa de Sevilla 1996. Carlos Colón Perales. |
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