Cartel de la Exposición

Desde el 26 de Septiembre al 8 de Octubre 2005.
Monasterio de Santa Clara
Moguer

Mane nobiscum Domine. "Quédate con nosotros, Señor". Las palabras de Juan Pablo II convocando la celebración del Año de la Eucaristía, sirven de título y programa de esta exposición: MANE NOBISCUM DOMINE: EUCARISTÍA Y ARTE EN MOGUER, organizada por la Adoración Nocturna Española de esta Ciudad, que se enmarca en los actos con los que se clausura en Moguer este año.
Consta de un prólogo y cuatro capítulos, a través de los cuales se reflexiona sobre la Eucaristía y las expresiones artísticas que ha generado a lo largo de los siglos la devoción al Santísimo Sacramento.

PRÓLOGO: "MUJER EUCARÍSTICA"
María, en un término utilizado por Juan Pablo II, es la Mujer Eucarística, en cuanto que el que "nació por nosotros de la Virgen María (...) está presente en el Sacramento". Eso es lo que indica la pintura anónima sobre tabla (h. 1500) de la Anunciación, de la parroquia de Moguer, que con la inscripción concepcionista que la rodea nos recuerda que en el Pan eucarístico está "la carne inmaculada del Hijo".
La Virgen, pues, igual que introduce la historia salvífica, sirve ahora de prólogo a la exposición, en la que se muestran los tres aspectos inseparables del Mysterium fidei, el misterio de la fe, la Eucaristía.

 
 

 I. Banquete

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El aspecto más evidente de la Eucaristía es el de banquete o convite sagrado, en que Cristo es la comida. Es la Cena del Jueves Santo, y la anticipación del "banquete de bodas de Cordero". Es por lo tanto la fracción del pan, donde los caminantes hacia Emaús reconocen al Señor, que se queda "veladamente en el pan partido". Esto quiere recordar el grabado dieciochesco de un breviario matritense, con la Santa Cena, (colección de D. Alonso Ruiz).
La Misa tiene dos mesas, indisolublemente interrelacionadas: la mesa de la Palabra y la mesa del Pan. Los evangelistas (SS.- XVII-XVIII) de la desaparecida custodia procesional de la Parroquia, pretenden señalar el Evangelio como el centro de esa primera mesa. Y los ornamentos expuestos: ternos "de los Reyes Católicos", de San Francisco (S. XVII) y el de la Granada, (siglo XVIII), insisten en el carácter sagrado del banquete eucarístico y su matiz festivo. Los tres tienen como fondo el color blanco, que recuerdan a Cristo transfigurado.

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La mesa del Pan, en la que el sacerdote repite las palabras de Cristo: "Accipite et manducate" (tomad y comed), "Accipite et bibite" (tomad y bebed), quedan representadas por el conjunto de vinajeras, cálices y copones, de los siglos XVIII al XX, (procedentes de Ntra. Sra. de la Granada, Hdad. Matriz de Montemayor, HH. de la Cruz y presbíteros moguereños). Entre ellos hay que destacar el cáliz de origen poblano y el del obispo Infante, ambos de la Parroquial, así como el copón barroco de la misma Iglesia.

Cáliz del Obispo Infante (s. XIX)

El portapaz del S. XVI, instrumento litúrgico utilizado en el rito de la paz, que recuerda las palabras de Cristo Resucitado, indican la importancia de la Misa dominical, en la que se hace memoria semanal de la Pascua.

Y el portaviático (S.XX) de la Parroquia, que servía para llevar la comunión a los enfermos, así como el altar portátil (S. XIX) usado para albergarlo cuando llegaba a la casa de los mismos, nos quieren indicar el primer objetivo de la Reserva Eucarística. 

 
 

 II. Sacrificio

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En el aspecto sacrificial del misterio eucarístico es en el que quiere incidir este apartado de la muestra. La Misa es Memorial que "nos presenta el Sacrificio ofrecido una vez por todas en el Gólgota". En ella se actualiza el sacrificio de Cristo, su entrega hasta el extremo. Se unen así el pasado, el presente y el futuro, pues la Eucaristía es prenda de la gloria futura, ya que Jesús, "Muriendo se empeñó como rescate; Reinando, como premio se nos brinda".
El Niño Jesús (S. XVII), de D. Francisco Garfias, lleva la Cruz, signo de la salvación. El Verbo encarnado va creciendo en sabiduría y gracia, preparándose para ser la Victima de propiciación, el Cordero inmolado. En estas representaciones de la infancia de Cristo subyace una intencionalidad teológica, que va más allá de lo meramente descriptivo. El Cristo de los Remedios, (S. XVIII), de Santa Clara, presenta a Jesús escarnecido y humillado, en la kénosis profunda. Es el Varón de Dolores, o Siervo de Yahveh, desfigurado, sin aspecto humano, como lo describe Isaías: "Despreciable y desecho de los hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro (…) ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba!".

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Niño Jesús (s. XVII)

La Cruz de guía de la Cofradía del Cristo de la Sangre (S. XVIII), el óleo sobre lienzo, que representa a Cristo con la Cruz, (anónimo S. XVIII), de la Parroquia, el Crucificado del S. XVII (colección de D. Rafael Rodríguez), y la Cruz parroquial dieciochesca, junto al Lignum Crucis (orfebrería Mallol, S. XX), de la Hdad. de Padre Jesús Nazareno, vienen a cerrar este capítulo, insistiendo, una vez más, en el sacrificio de
Jesucristo, del que es memorial la Eucaristía.

El pelícano, de la puerta del tabernáculo del altar mayor (S. XX), de la Parroquia, expuesto aquí más por su valor iconográfico que por el artístico, es una figura simbólica, que en la iconografía hace referencia al amor de la prole. 

Como se explicaba en un antiguo tratado, el pelícano, hace brotar sangre de su cuerpo para dar vida a sus polluelos, así como "Nuestro Señor Jesucristo, cuyo costado atravesó una lanza y del que brotó sangre y agua, derramó su sangre sobre sus hijos muertos (…) e iluminó el universo mundo".

 
 

 III. Presencia

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En la Eucaristía "se realiza de modo supremo la promesa de Jesús de estar con nosotros hasta el final del mundo". Esta presencia real de Jesucristo ha hecho brotar desde siempre la adoración y la contemplación en la Iglesia, sirviéndose del culto público y privado del Santísimo Sacramento.
Eso quieren señalar la puerta del Sagrario (S. XVIII), de la colección de D. José Antonio Díaz Roca, el Sagrario (S. XX) de la Parroquia, y los ostensorios o custodias de Santa Clara (S. XVI), de Vicente Gargallo (S. XVIII), de la colección de D. Alonso Ruiz (anónimo francés SS. XIX-XX) y el de las HH. de la Cruz (S. XX).

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La Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, es exaltada de forma especial con la solemnidad litúrgica del Corpus Christi, como señalan el breviario de la Parroquia de Moguer (S. XVIII), los varales del palio del Santísimo (S. XX) y el escudo del turbante de los carráncanos de la Sacramental (colección de D. Juan Manuel Moreno Orta, S. XIX), que iniciaban la procesión del Corpus moguereño, cuyo ambiente sublime tan bien describió el inmortal hijo de esta Ciudad, Juan Ramón Jiménez. De la Hdad. Sacramental se exponen sus Reglas del siglo XVIII y algunos documentos de la misma (colección de D. Alonso Núñez)

Ostensorio de Santa Clara (s. XVI)

 
 

 IV. Alimento para el camino

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En la Eucaristía han encontrado los Santos "el alimento para su camino de perfección (…) y han vivido indecibles horas de gozo "nupcial" ante el Sacramento del altar". Con este cuarto capítulo se cierra la exposición. El San Francisco de Asís, anónimo del S. XVIII (colección de D. José Morales) insiste en dicha idea, pues su pobreza, su sencillez, y su espíritu de labanza nacieron de su experiencia eucarística.

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San Francisco (s. XVIII)

Igual que la de Santa Clara de Asís, que preside la Iglesia del Monasterio, (Francisco José Zamudio S. XX), de la que se expone también una reliquia, propiedad de la Hdad. de Ntro. Padre Jesús Nazareno. La Santa tiene además una connotación altamente eucarística, como la Orden que ocupó este monasterio, el cual, antes que un monumento histórico artístico, fue un monumento dedicado a la alabanza y adoración del Esposo, presente en el Sacramento.

El óleo sobre lienzo de Santa Rosa de Lima (anónimo S. XVII), de la colección de D. José Morales, recoge la idea, experimentada en la vida de los Santos, del "servicio a los últimos", es decir a los pobres. La Eucaristía edifica la Iglesia. De la presencia de Cristo eucarístico se pasa a la experiencia de Cristo en el prójimo, de lo que Santa Rosa fue un ejemplo.

Texto: Juan Bautista Quintero Cartes Comisario de la Exposición

 
 

Autor:© Rafael Márquez

 

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