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8 de Noviembre 2009*. Segundo domingo del mes |
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La Santísima Virgen, predestinada, junto con la Encarnación del Verbo, desde toda la eternidad, cual Madre de Dios, por designio de la Divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del Divino Redentor, y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia. |
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Mediatrix Omnium Gratiarum | ||||
Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. |
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Por eso, la Santísima Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora, Amparo, Patrocinio. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador. |
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Porque
ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo Encarnado nuestro
Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de
varias maneras tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así
como la única bondad de Dios se
difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la
única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus
criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única. La
Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado: lo
experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para
que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al
Mediador y Salvador. |
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Redemptoris Mater | ||||
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La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque « al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! » (Gál 4, 4-6). |
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Con estas palabras del apóstol Pablo, que el Concilio Vaticano II cita al comienzo de la exposición sobre la bienaventurada Virgen María, deseo iniciar también mi reflexión sobre el significado que María tiene en el misterio de Cristo y sobre su presencia activa y ejemplar en la vida de la Iglesia. Pues, son palabras que celebran conjuntamente el amor del Padre, la misión del Hijo, el don del Espíritu, la mujer de la que nació el Redentor, nuestra filiación divina, en el misterio de la « plenitud de los tiempos ». |
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Esta
plenitud delimita el momento, fijado desde toda la eternidad, en el cual
el Padre envió a su Hijo « para que todo el que crea en él no perezca
sino que tenga vida eterna » (Jn 3, 16). Esta plenitud señala el
momento feliz en el que « la Palabra que estaba con Dios ... se hizo
carne, y puso su morada entre nosotros » (Jn 1, 1. 14), haciéndose
nuestro hermano. Esta misma plenitud señala el momento en que el
Espíritu Santo, que ya había infundido la plenitud de gracia en María
de Nazaret, plasmó en su seno virginal la naturaleza humana de Cristo.
Esta plenitud define el instante en el que, por la entrada del eterno en
el tiempo, el tiempo mismo es redimido y, llenándose del misterio de
Cristo, se convierte definitivamente en « tiempo de salvación ».
Designa, finalmente, el comienzo arcano del camino de la Iglesia. En la
liturgia, en efecto, la Iglesia saluda a María de Nazaret como a su
exordio, ya que en la Concepción inmaculada ve la proyección,
anticipada en su miembro más noble, de la gracia salvadora de la Pascua
y, sobre todo, porque en el hecho de la Encarnación encuentra unidos
indisolublemente a Cristo y a María: al que es su Señor y su Cabeza y
a la que, pronunciando el primer fiat de la Nueva Alianza, prefigura su
condición de esposa y madre. |
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